Durante siglos, el hecho de ser un Peregrino a Santiago era sinónimo de ciertos privilegios. Circulaban muchos documentos que protegían al romero: salvoconductos para no ser molestados, certificados de la Iglesia o de algún Rey, cartas de recomendación, etc. El objetivo era llegar a Compostela sin mácula. Y ya saben ustedes lo que nos gusta perpetuar una idea. De ahí quizás del origen de ese halo divino en torno al caminante, que una parte (cada vez menos pequeña) se toma al pie de la letra y así se lo hace saber a todo aquel que se cruza ante sus pasos. Existe un debate apenas profundizado que deberíamos afrontar con urgencia: los deberes del peregrino. El de los derechos ya lo hemos explorado a fondo. Y está bien que lo hayamos hecho.

¿Qué significado tienen los deberes del peregrino? La convivencia y el respeto. Deber del peregrino es ser solidario con quienes comparten Camino con él, ser consecuente con las normas e indicaciones que el hospitalero le indica (me consta que básicas y de sentido común), saber que el Camino tiene sus horarios y adaptarse a ellos, etc. Nada alejado de lo que deberíamos considerar normal. El problema es que no siempre es así. Es un problema cada vez de mayor calado, sobre todo en los albergues. Exigencias miles, pero contrapartidas ausentes. Los hospitaleros estamos para recibir, cuidar dentro de nuestras posibilidades, informar, aconsejar y acompañar. No para recibir gritos, insultos, desprecios, burlas o amenazas. Por tanto, y a las puertas del Xacobeo’21, reflexionemos en voz alta y sin miedo. Algo se ha tratado este tema en foros prestigiosos como el Fairway; sólo que de puntillas. El camino es la concienciación. Porque en caso contrario, la meta es sombría.