Llegando a Arca, apenas a tres kilómetros del núcleo de Pedrouzo, el Camino hace que el peregrino se desvíe y guíe sus pasos hacia una pequeña capilla que usualmente está cerrada. Es una de las grandes desconocidas de esta penúltima etapa a Santiago. Se trata de la ermita de Santa Irene. Data de finales del siglo XVII y se construyó gracias a la donación de una pareja de nobles que vivían en la que antaño se llama Aldea de las Dos Casas (hoy conocida como A Rúa). En su interior se conserva un retablo barroco. La historia también nos narra que en el año 1.808 las tropas de Napoleón robaron sus objetos más valiosos, para luego dormir en las inmediaciones de la Iglesia de Arca.

Una de las curiosidades de este pequeño templo, que además está rodeado de un precioso robledal, es su fuente anexa. Tenía una imagen de Santa Irene del año 1.692, pero la robaron en la década de los 80. Lo que sí ha mantenido la leyenda es las supuestas propiedades de este agua. Por un lado se la denomina Fuente de la Eterna Juventud, pues al parecer mantiene la piel tersa; por otro, ciertas historias afirman que acaba con las pestes o hace calmarse a los niños que no paran de llorar. Leyenda o no, la fuente sigue siendo testigo del paso de miles de peregrinos cada año, con su pétrea e inquebrantable juventud.